EL SAN JUAN DE LURIGANCHO PREHISPÁNICO.
Tierra de migrantes
San Juan de Lurigancho con más de un millón de habitantes es el distrito más poblado del país, superando a departamentos enteros como Ayacucho o Huancavelica. El libro Los ruricancho (Fondo Editorial del Congreso, 224 pp. Lima, 2007), del historiador Juan Fernández Valle aborda un aspecto inédito de la historia de este populoso distrito: la época en que estuvo dominado por una red de curacazgos.
Por Jorge Paredes
Es cierto que la gran ola migratoria que cambió la faz de la Lima contemporánea se inició alrededor de los años cincuenta del siglo pasado. Sin embargo, esta no fue la única ni mucho menos la primera movilización social que afectó este territorio.
Diversos investigadores -Max Uhle, María Rostworowski, Ducio Bonavia, Luis Lumbreras, entre otros- se han ocupado en diferentes trabajos de los señoríos y cacicazgos que ocuparon Lima entre los siglos XII y XV en un período de gran movilización social, provocado sobre todo por la desarticulación del imperio wari que produjo un éxodo de diversos pueblos andinos hacia los valles de la costa central.
En este tiempo -conocido como el intermedio tardío- transcurre este libro del joven historiador Juan Fernández Valle, quien rastrea el origen y destino de los ruricancho, una comunidad procedente de la sierra sur peruana, de probable origen altiplánico, que se asentó en la zona este de Lima, en el mismo lugar en que ocho siglos más tarde otros migrantes, también mayormente andinos, darían vida a los distritos de San Juan de Lurigancho y Lurigancho-Chosica.
LOS RURICANCHO
El estado wari (700 D.C a 1100 D.C) fue uno de los primeros grandes imperios sudamericanos. En su etapa de esplendor dominó no solo la sierra central y sur, sino gran parte de la costa central y norte del Perú hasta Lambayeque y Cajamarca.
Grandes guerreros, urbanistas y constructores de caminos, los wari formaron centros urbanos a lo largo de todo este territorio, que producían y tributaban para la elite ayacuchana.
Es por eso que su colapso, por motivos todavía no esclarecidos (las hipótesis van del agotamiento del sistema político hasta una serie de desastres naturales), produjo en palabras de Juan Fernández Valle un cataclismo en los andes.
Muchos pueblos sojuzgados de la sierra central y sur migraron hacia la cabecera de los valles de los ríos Rímac y Lurín, buscando nuevas tierras cultivables y la mejora de su calidad de vida. Entre estos grupos estaban los ruricancho.
Fernandez Valle cita a María Rostworowski y dice que la toma de los valles bajos de los yungas se produjo en diversas etapas, de acuerdo a un probable plan establecido, en el que primero se enviaba "espías" para analizar la situación social y luego, aprovechando las temporadas de huaycos y avalanchas, se tomaba las tierras ante la indefensión de sus habitantes originales.
Pero utilizar el término cacicazgo -opina Fernández- puede ser muy arriesgado, por eso él prefiere decir que los ruricancho fueron una comunidad, cuya organización social estaba basaba en una red de jefes o curacas, sujetos unos a otros, y encargados de números determinados de familias.
"Era un grupo homogéneo por su origen común, y porque a diferencia de otros grupos costeños y de otros que llegaron en la misma época no adoraba al dios Pachacámac, sino a Pariacaca (montaña roja), un adoratorio de difícil acceso en las alturas de la provincia de Yauyos.
Hasta ahí acudían los ruricancho cada cierto tiempo llevando pan mojado con sangre e incluso realizando sacrificios humanos. Durante la Colonia este camino será conocido como la ruta de la nieve".
Pariacaca es un personaje que figura en múltiples mitos y leyendas de Huarochirí, los cuales en el siglo XVII fueron recogidos por el padre Francisco de Ávila. Según estos relatos se trataba de un gran guerrero que en tiempos remotos había conquistado la sierra de Lima y que a su muerte había sido elevado a divinidad representando las lluvias torrenciales, los huaycos y el rayo.
También se refiere que su hijo Tutayquire, otro gran guerrero y conquistador, dominó las vertientes de los ríos Lurín y Rímac en un ataque sorpresivo contra el pueblo yunga. "Por eso, los ruricancho se consideraban herederos de estos dioses", dice Fernández Valle, "y específicamente dominaron los territorios que hoy conforman San Juan de Lurigancho, Lurigancho-Chosica, Santa María de Huachipa, Santa Eulalia y Ricardo Palma, en la sierra de Lima".
EL PUEBLO DE LOS SEÑORES
Los centros urbanos más importantes de esta comunidad estuvieron ubicados en Mangomarca y Campoy. Juan Fernández Valle cuenta que Mangomarca era una ciudad de grandes paredes de adobe, extendida por la quebrada del mismo nombre, y cercada por cerros en forma de U. Ahí vivían los curacas y la elite religiosa del grupo.
De la ciudad queda hoy (en la avenida El Santuario) una pirámide trunca escalonada, que se caracteriza por su rampa curva. Se estima que el máximo esplendor de este poblado ocurrió entre los años 1460 y 1535, ya en tiempos de dominio inca.
LA ENCOMIENDA, LA REDUCCIÓN Y EL FIN
En 1535 Pizarro fundó en la zona la encomienda de Lurigancho, que fue entregada a Hernán Sánchez y un año después pasó, junto a su curaca Vilcara, a poder del capitán Francisco de Chávez. Sin embargo, la encomienda fracasó rápidamente debido a litigios entre sus propietarios: la viuda de Chávez, María de Escobar, fue desheredada a favor del arzobispo de Lima Gerónimo de Loayza, y se produjo una querella judicial, que terminó alrededor de 1571 cuando las autoridades coloniales decidieron fundar la reducción o pueblo de indios San Juan Bautista de Lurigancho.
Fernández Valle cita parte de la ordenanza del virrey Toledo que es muy esclarecedora respecto a la política de las reducciones, que ocasionó el desarraigo -y en muchos casos la desaparición- de gran parte de la población indígena: "Vine a tener evidencia que en ninguna manera los indios podían ser catequizados, doctrinados y enseñados, ni vivir en policía civil y cristiana mientras estuvieran en poblados que estaban en las punas, guaicos y quebradas y en los montes y cerros donde estaban repartidos y escondidos (...), donde como he referido no podían entrar los clérigos ni religiosos a adoctrinarlos, ni haber fruto ninguno en ellos". (p. 133).
Entonces, la población indígena fue agrupada en pequeñas ciudades hechas a la usanza europea, con plaza de armas, iglesia, casas aledañas en orden de importancia, y tierras de cultivo en las afueras. Un documento de 1619, citado en el libro, describe la reducción de San Juan de Lurigancho de la siguiente manera: "Tiene 120 indios de confesión hombres y mujeres. Tiene 7 chacras circulares y en ellas 130 neros, algunos casados. Abra en dichas chacras hasta 12 españoles dueños y mayordomos dellas".
La escasez de la población indígena es notoria y es incluso superada por los esclavos. Un presagio de lo que vendrá después: "Los ruricancho como cultura desaparecen en el siglo XVII", dice Juan Fernández Valle, quien ensaya la siguiente explicación para el fin de la comunidad: "Es probable que gran parte de la población oriunda muriera durante las guerras civiles entre los conquistadores, pues los dos bandos usaron a los indígenas como carne de cañón; también las reducciones significaron para ellos un cambio drástico en su alimentación y en sus costumbres y si a ello sumamos las epidemias y enfermedades nos daremos cuenta del porqué de la muerte de poblaciones enteras entre los siglos XVI y XVII".
Además, los indígenas que quedaron en la zona se vieron obligados a vender sus tierras a los funcionarios coloniales y las órdenes religiosas, que las convirtieron en haciendas.
Como dice el historiador, la migración parece ser el signo ancestral de una de las zonas más pobladas del país, un sello de identidad que no es del siglo XX sino de ochocientos años atrás. Una Lima prehispánica donde todavía quedan muchos aspectos por investigar, y este libro es solo una contribución a ese esclarecimiento.
fuente: elcomercioperu.com.pe
2 comentarios:
Me parece muy interesante esta investigacion.... nunca pense que existiera un transfondo historico en este peculiar distrito, pero bueno más vale tarde que nunca; aunque me da pena que las autoridades no le tomen importancia a nuestros restos arqueologicos.
Es bueno saber que hay personas que se preocupan por nuestro patrimonio e investigan nuestra historia, muchos pobladores de nuestro distrito no saben esta realidad porque las autoridades no se encargan de su puesta en valor y solo se queda en el inventario como un recurso cuando debería ser calificado como atractivo turístico.
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